EL CIUDADANO KANE
Dirección: Orson
Welles
Ayudante de dirección: Edward
Donahue y Fred Fleck
Producción: Orson Welles y George
Schaefer
Guión: Herman J. Mankiewicz y Orson
Welles
Música: Bernard Herrmann
Sonido: Bailey Fesler y James G.
Stewart
Maquillaje: Maurice Seiderman
Fotografía: Gregg
Toland
Montaje: Robert
Wise
Escenografía: Darrell
Silvera
Vestuario: Edward Stevenson
Efectos
especiales: Vernon L. Walker
Protagonistas: Orson Welles, Joseph
Cotten, Everett
Sloane, George
Coulouris,Dorothy
Comingore y Ray Collins
Datos y cifras
País: Estados
Unidos
Año: 1941
Género: Drama
Duración: 119
minutos
Idioma: Inglés
Productora: Mercury
Productions
Presupuesto: 839
727 $
Recaudación: 1
585 634 $ (Estados Unidos)
INTRODUCCIÓN
Citizen Kane es una
película estadounidense de 1941 dirigida, escrita, producida y protagonizada
por Orson Welles. Está considerada como una de las obras maestras de la
historia del cine, siendo particularmente alabada por su innovación en la
música, la fotografía y la estructura narrativa. Fue estrenada por RKO
Pictures.
Citizen Kane, que fue la ópera prima de Welles, ganó un
Óscar al mejor guión original para Herman J. Mankiewicz y el propio Welles. Ese
sería el único Óscar conseguido por Welles en toda su carrera, a excepción del
honorífico de 1970. También estuvo entre las candidatas al Óscar en otras ocho
categorías: película, director, actor principal, dirección artística,
fotografía, banda sonora, sonido y montaje.
La historia examina la vida y el legado de Charles Foster Kane,
un personaje interpretado por Welles y basado en el magnate de la prensa
William Randolph Hearst, así como en el propio Orson Welles. Durante su
estreno, Hearst prohibió mencionar la película en sus periódicos. La carrera de
Kane en la industria editorial nace del idealismo y del servicio social, pero
evoluciona gradualmente en una implacable búsqueda de poder. Narrada
principalmente a través de flashbacks, la historia se cuenta a través de la
investigación de un periodista que quiere conocer el significado de la última
palabra que dijo el magnate antes de morir: Rosebud.
Un éxito entre la crítica, Citizen Kane fracasó en recuperar
su coste en la taquilla. La película cayó en el olvido poco después, pero su
reputación mejoró, primero, con la crítica francesa y, sobre todo, después de
su reestreno estadounidense en 1956. Hay un cierto consenso entre la crítica
“Siempre me atraganté con la cuchara de plata” – Charles Foster Kane
desde mediados
de los años cincuenta (no desde su estreno en 1941), la crítica
norteamericana y, por arrastre, la del resto del mundo, ha considerado a
‘Ciudadano Kane’ (‘Citizen Kane’, Orson Welles) la
mejor película de la historia del cine. Y en las listas de las revistas
especializadas, cada vez que se lleva a cabo una votación entre las 10 o
100 mejores, este título encabeza la lista de manera invariable. Existen numerosos factores que confluyen en la
creación de este magno pedazo de celuloide, sobre todo la cristalización
de diversos valores técnicos, narrativos y artísticos, estrictamente
cinematográficos, y la importante fecha en que tuvo lugar su
realización, y por todo esto es lógico que ‘Ciudadano Kane’ sea una de
las películas más importantes e influyentes en la corta historia de este
arte todavía en desarrollo.
El cuarto mandamiento(‘The Magnificent Ambersons’, 1942), Sed de mal (‘Touch of Evil’, 1958) o Campanadas a media noche
(‘Chimes at Midnight’, 1962), pero no hay duda de que Kane,
deslumbrante, pasmoso debut a los veinticinco años de un hombre que ya
había triunfado en teatro y en el medio radiofónico (con su mítica
locución de ‘La guerra de los mundos’) merece todos los elogios por
adelantarse varias décadas a su tiempo y porque lo hizo, no hablando del
poderoso empresario William Randolph Hearst como si de un poético
biopic se tratase, sino simplemente de George Orson Welles, en una de
las más apasionantes confesiones fílmicas (muchos han dicho que todo
arte es una forma de confesión) que se recuerdan, empezando por el final
(la muerte), pasando al principio (las preguntas sin respuesta) y
concluyendo por el misterio y el enigma infranqueables, expresados por
esa altísima verja de metal que encierra (y vuelve inexpugnable) el
castillo de los recuerdos llamado Xanadu.
Para entender la fama de Welles a finales de los años treinta, y la
situación personal que motivó un contrato impensable por parte de la
extinta RKO a un muchacho que todavía no había
filmado nada en su vida, no hay que olvidar que la radio era mucho más
entonces de lo que es ahora, y que su versión oral de La guerra de los mundos
de Wells causó una histeria colectiva en Nueva York y Nueva Jersey
(para quienes no se habían enterado de que era una ficción radiofónica,
espléndidamente realizada) pensando que se trataba de una invasión real.
Firmó para dos películas en las que tendría el control absoluto, dentro
de un presupuesto, y hay quien no se cansa de decir que tanta libertad
fue en verdad la tumba de Welles en los grandes estudios, pues al
fracaso comercial de su debut le siguió la mutilación parcial de ‘El
cuarto mandamiento’, la rescisión de su contrato y una injusta fama de
egomaníaco despilfarrador. Pero tampoco hay que olvidar que estuvo a
punto de filmar una particular versión del genial ‘El corazón en las
tinieblas’ de Conrad’, proyecto abandonado por sus altos costes y cuya
versión por parte de Coppola (quien tiene en Welles su gurú
particular…también en Wells…), casi le cuesta la ruina, la salud y la
muerte. Orson escribió un magnífico guión al alimón con Herman J.
Mankiewicz, y se dispuso a hablar de su propio corazón entre tinieblas.
El trineo abandonado en la nieve
Cuentan que cuando llegó al primer día de rodaje, Orson Welles
enseguida se puso a colocar los focos de luz y a preparar las cámaras,
hasta que le dijeron que para eso ya había un tipo al mando, nada menos
que Gregg Toland, y dejó de preocuparse por ello
. Nunca
un novato (ni muchos veteranos) ha demostrado una apropiación tal, y
una intuición semejante, de las formas dinámicas del cine, haciendo uso
narrativo y lírico de cada encuadre, cada punto de luz, cada corte de
montaje. En Welles, desde esta primera película, las zonas en sombra (o
en negro) de los planos, son tan importantes, o más, que las zonas
iluminadas. Y los decorados profusamente detallados, con enormes paredes
y techos (no fue el primero, pero sí el que les dio mayor importancia
en una época más temprana), y con una profundidad de campo que convertía
las raíces dramáticas del teatro en algo arcaico, molesto, y que dejaba
penetrar por sus grietas la vida en toda su complejidad. Viéndola de
nuevo, no da la impresión de que hayan transcurrido setenta años desde
su aparición, sino que faltan todavía otros setenta para que pueda ser
comprendida, y asimilada, en toda su grandeza estética, moral e
intelectual.
El poder de algunas imágenes, numerosísimas, es incontestable, y no
disminuye con el paso de los años, sino que gana en intensidad y
misterio. La primera escena, con el fallecimiento de Kane, al que no
vemos el rostro (no me parece casual, como nada en ella) representa en
sí misma el mayor misterio de la película. Y aunque pronto
comprenderemos qué es Rosebud, y no será muy difícil acceder al
sentimiento de nostalgia que provoca la nieve en el protagonista, nunca
conseguiremos acceder, aunque creamos que toda la película se dedica a
ello, cuál es la personalidad y los sentimientos más profundos de Kane,
quien según va haciéndose más anciano, y le van sucediendo algunas
desgracias personales y financieras, y se amontonan las preguntas y
algunas respuestas poco convincentes, se va encerrando más y más en sí
mismo, hasta que se queda completamente solo. Y es que es tan difícil
saber por qué Kane era lo que era, como lo es preguntarse lo mismo
acerca de Welles. Observar a la enfermera a través del cristal roto de
Kane, a los periodistas a los que se ve el rostro porque siempre están
en sombras, el alucinante encandenado a través de la cristalera en plena
tormenta…todo ello forma parte del ritual de ver ‘Ciudadano Kane’
y de acceder a la imaginación visual de un hombre asombroso para el que
cualquier medio de expresión era susceptible de convertirse en algo más
grande que la vida.
El desmesurado mundo barroco de Welles es perfecto para hablar sobre
tantas cuestiones (desmintiendo que el cine, en apenas dos horas, pueda
contar historias complejas o profundas como lo hacen ahora las mejores
series de televisión) como el poder de la prensa, la búsqueda de la
inocencia perdida, la hipocresía del aparato político estadounidense, la
ambición despiadada de los bancos, el empleo del dinero en el cada vez
más voraz sistema capitalista.. y todo ello sin perder la dimensión
humana de una historia de amistades traicionadas, amantes fugaces, la
lucha de un hombre por cambiar el mundo y siendo derrotado de manera irremisible por él.
Y lo que en un principio parece un falso documental se transforma a
continuación en una fábula moral. Y a continuación en un melodrama
avasallador. Y finalmente en cine imposible de catalogar, al que solo se
puede asistir, abrumado por no sé qué hipnosis que impregna cada imagen
y la fija en el subconsciente, como un sueño. Sueños de poder y de
ambición, y de regresar a un pasado cada vez más lejano y más imposible,
en el que la felicidad era posible gracias a un trineo de madera.
Esculpiendo la verdad a base de mentiras en su periódico, la mentira
será la defensa más consistente frente a un mundo gris e implacable.
La portentosa fotografía de Gregg Toland, otro de los genios que de
en cuando empujan la técnica cinematográfica más allá de lo imaginable,
el audaz empleo de una cámara que siempre deja evidente la intención de
la puesta en escena (en oposición al estilo invisible de otros
directores), se unen al temperamento de Welles para que en cada escena,
casi, haya una solución visual ingeniosísima, que pone patas arriba la
concepción de la secuencia dramática y que encierra ideas o sensaciones de profundo calado emocional o psicológico.
Pero creo que en la tragedia de un hombre solitario al que nadie
comprende y que posee la llave de un mundo más bello y más justo Welles
se superó en ‘Campanadas a Medianoche’, y en su narración del abuso de
poder y en la decadencia física y emocional nos estremeció mucho más con
‘Sed de mal’, y en la crónica de un mundo hipócrita que aplasta los
valores más perdurables del ser humano fue mucho más lúcido aún en ‘El
cuarto mandamiento’. Sin embargo ya nada puede desbancar a ese tótem de
la cinematografía que es Kane, que cumple tantos años como vivió su
personaje, y como, irónicamente, vivió el propio Welles, y es que a
veces las coincidencias (o no) hacen algunas películas todavía más
enigmáticas y hermosas.